Cuestiones irresolutas sobre la vuelta
¿Qué es este sÃndrome mesiánico, esta obsesión con sufrir lo que sufre la mayorÃa, a manera de penitencia por mis privilegios? Más que une mesÃas me siento meramente atrapade. He distorsionado un ideario libertario mal entendido para enredarme con él y asà no poder escapar del aislamiento y la desesperanza. Me bloqueo todos los caminos, me los figuro inaccesibles o fútiles. Si todes viven vidas que no llevan a ningún lado, ¿por qué no debiera yo hacer lo mismo?
Para toda resquebrajadura en esta pared atrapante, hallo una tapadera, una excusa: siempre hay algo que me falta, algo que tienen les demás. Algún privilegio, alguna ventaja. Yo, pienso, lo que tenÃa lo he depuesto, lo he dejado atrás, a miles de kilómetros, a cientos de dÃas pasados.
El regreso se me muestra entre los resquicios, me tienta. Volver a casa, al patio conocido, a las caras de la infancia y la adolescencia. Se me presenta como la oportunidad de enmendar los errores del pasado, de reencontrarme con aquelles a quienes desprecié, de involucrarme con quienes tenÃa más en común de lo que pensaba pero a quienes temÃa por mi cultura de clase, por el desprecio al otro polÃtico (¿le otre polÃtique?), a ese otre que ahora soy y no soy yo. Me figuro todo lo bueno que pude hacer, todas las personas que conocÃa que querÃan cambiar las cosas autónomamente, a pequeña escala y fuera del partidismo. Pienso en cómo no lo pude ver entonces, cómo me dejé manejar por quienes querÃan “refundar la República” para “hacer un nuevo contrato social”, y asà tener una “democracia” en que las élites intelectuales retomaran “el lugar que les correspondÃa”.
Me fui ciegue, no deseose de un nuevo hogar sino aterrade del anterior. Me fui, me alejé miles de kilómetros a este paÃs en cuyo gobierno tampoco confiaba pero en el que me decÃan que se vive mejor. Me fui porque pude, como no pueden muches, muchÃsimes, la inmensa mayorÃa. Me fui sin estar muy segure de estar con ello quemando los puentes que me conectaban con mi sempiterno hogar.
Pienso en le niñe que entonces decidió huir, en la desesperanza y el terror que sentÃa, en su efectivo aislamiento. Recorriendo las calles de Buenos Aires veo lo poco que conocà de Caracas. Era, a pesar de mis mejores intentos, aporomÃsique, clasista, racista. Era, pues, blanque, educade de clase media y opositore en la capital del Estado venezolano a comienzos del siglo XXI. VenÃa de un mundo de privilegios que reconocÃ, sÃ, pero con una mirada borrosa. Tuve todas las oportunidades posibles para salir de la burbuja (e incluso la voluntad), pero siempre me retraÃa a lo que me era más cómodo, a lo conocido.
No serÃa quien soy ni pensarÃa lo que pienso si no fuera por esas personas que por sus actos y palabras me mostraron las posibilidades de un mundo más allá de este. A ellas dejé en mis periferias, temerose de que me adoctrinaran si bien reconocÃa el valor de lo que me enseñaban; y en cambio a aquellos con quienes pasaba el tiempo los he terminado teniendo que expulsar de mi vida muy a mi pesar.
Ese chique fue quien decidió irse hace poco más de dos años; y fue ese chique quien a las patadas aprendió en carne propia las injusticias que motivan las causas socialistas; y fue ese chique le que harte de esas injusticias se propuso aprender más sobre las ideas libertarias que habÃa visto discutidas en un libro de cierto librepensador inglés del siglo pasado.
Es ese chique, ese que se halló a sà misme y a su propio afà n de vida en esas ideas y los grupos e individuos que las encarnan, quien entonces se planteó el regreso, y que ha estado rumiándolo por al menos un año. Lo ha imaginado: el viaje, las fronteras, las gentes, la llegada. Porque volverÃa a pata, caminando y rodando, por los caminos largos del vasto continente sudamericano.
Pero también es ese chique quien se dice: “¿Y qué del riesgo de vivir allá de nuevo, de la falta de buena salud publica, de los costos de vida, de la violencia?”, y no halla respuesta.
Cuando me fui querÃa regresar. Me lo planteé casi como un viaje de estudios. Iba a volver, cuando me hubiera preparado para ayudar de vuelta en casa. Ahora me pregunto de cuánta ayuda pensaba que resultarÃa una licenciatura en FilosofÃa.
No vale la pena que llore por los privilegios perdidos; yo los depuse. ¿Tienen tierra mi causa y mi vocación?¿Cómo responder si no sé siquiera qué son estas? Mas las raÃces trasplantadas retienen algo de la tierra en que crecieron por primera vez. Me entristece pensar que no volveré a ver los edificios, las calles, los cuartos de antaño. Me siento como Shevek, de “Les DespooseÃdes”: la vuelta es parte inevitable del viaje. No sé cuándo ni cómo ni por qué, pero mi espÃritu (hablo poéticamente) apunta de vuelta al Norte del Sur. Sea o no afán de redención, reencontrarme con lo negado de mi pasado parece ser dar un paso en alguna buena dirección.
— 19 y 20 de diciembre de 2019